Como en una continuidad del destino trashumante que alguna vez vivió San Lorenzo, Independiente abrirá hoy una segunda etapa en la transición que decidió afrontar hasta que finalmente pueda hacer uso de su nuevo estadio. Tal vez se vuelva costumbre ver jugar a los Rojos en la cancha de Huracán, que hasta hace poco no podían utilizar ni siquiera sus dueños. El proceso que se desarrolló en forma paralela con esta conflictuada migración, que los dirigentes del club de Avellaneda prometen que será breve y la última antes de concretar tan importante objetivo, retrata parte de los sinsentidos con los que convive nuestro fútbol.
Hay poco que reprochar en la decisión institucional que en algún momento tomó el presidente Julio Comparada de reconstruir el estadio, por entonces obsoleto y víctima de un deterioro probablemente irreversible. Salvo para la impaciencia de una parte del público, que encontraba en la falta de una casa propia un canal muy apropiado para sus quejas: "... y no tenemos cancha" , se remataba, a caballo de reproches de índole futbolística; ningún club, a menos que se hable de una opulencia ajena a nuestro medio, tiene cancha mientras la está haciendo.
No era ése el problema sino la viabilidad y solidez del proyecto, cuyo camino desde entonces sufrió unos cuantos barquinazos. Empezando aquel poco feliz acto de inauguración a fines de noviembre pasado, error no solamente remarcable por lo que tuvo de oportunismo político sino por cuestiones más serias: alojar cientos de personas en una obra en construcción es arriesgar su integridad física. Casi de inmediato la obra se detuvo con el argumento de un ajuste de números; en realidad, un proyecto detenido siempre implica perder dinero. Tras algunos anuncios fallidos, los dirigentes aseguran que los trabajos se retomarán mañana.
La cuenta que le faltaba al collar pareció en la inexplicable actitud de Racing de dejar de alquilarle el Cilindro a su vecino, una decisión peleada con el sentido común. La década de abstinencia en la participación que sufrió la gente de la Academia aconsejó mal al flamante presidente, Rodolfo Molina, que tomó la inclinación más perversa de los reclamos populares y le negó a Independiente un gesto de asistencia elemental. En adelante, cuando le toque referirse a la violencia en el fútbol, a Molina le será difícil elaborar argumentos que tengan que ver con la convivencia entre clubes. Cerrada esa puerta, Independiente finalmente ancló en Parque Patricios; la vieja imposibilidad del cambio de jurisdicciones demostró ser otra regla acomodable a las necesidades. Como para hacer bien folklórico todo el proceso.
Hay poco que reprochar en la decisión institucional que en algún momento tomó el presidente Julio Comparada de reconstruir el estadio, por entonces obsoleto y víctima de un deterioro probablemente irreversible. Salvo para la impaciencia de una parte del público, que encontraba en la falta de una casa propia un canal muy apropiado para sus quejas: "... y no tenemos cancha" , se remataba, a caballo de reproches de índole futbolística; ningún club, a menos que se hable de una opulencia ajena a nuestro medio, tiene cancha mientras la está haciendo.
No era ése el problema sino la viabilidad y solidez del proyecto, cuyo camino desde entonces sufrió unos cuantos barquinazos. Empezando aquel poco feliz acto de inauguración a fines de noviembre pasado, error no solamente remarcable por lo que tuvo de oportunismo político sino por cuestiones más serias: alojar cientos de personas en una obra en construcción es arriesgar su integridad física. Casi de inmediato la obra se detuvo con el argumento de un ajuste de números; en realidad, un proyecto detenido siempre implica perder dinero. Tras algunos anuncios fallidos, los dirigentes aseguran que los trabajos se retomarán mañana.
La cuenta que le faltaba al collar pareció en la inexplicable actitud de Racing de dejar de alquilarle el Cilindro a su vecino, una decisión peleada con el sentido común. La década de abstinencia en la participación que sufrió la gente de la Academia aconsejó mal al flamante presidente, Rodolfo Molina, que tomó la inclinación más perversa de los reclamos populares y le negó a Independiente un gesto de asistencia elemental. En adelante, cuando le toque referirse a la violencia en el fútbol, a Molina le será difícil elaborar argumentos que tengan que ver con la convivencia entre clubes. Cerrada esa puerta, Independiente finalmente ancló en Parque Patricios; la vieja imposibilidad del cambio de jurisdicciones demostró ser otra regla acomodable a las necesidades. Como para hacer bien folklórico todo el proceso.
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