El Diablo mismo entró a la casa de Dios, sucursal Luján. Lo hizo en busca de esa resurrección que el clérigo citaba de la Biblia. En busca del milagro que impida que las tinieblas del último torneo se vuelvan Apocalipsis.
"Vamos a ver si la Virgencita nos ayuda en este nuevo proyecto para el 2009 antes que nos cuelgen a todos", confió Pepé a Olé, mentón levantado, con la mirada perdida en las cruces y gárgolas que coronan el techo de la Basílica. Rolfi Montenegro fue el último en subir las escalinatas de la entrada: todos los pedidos de autógrafos y fotos iban direccionados a él.
La enorme sonrisa de Hilario Navarro, la caminata de un lado a otro de Leonel Núñez (como si estuviera en su cancha totalmente perdido), la paz beatificante de Pepé, eran signos de una creencia previa. En minutos se juntaron todos, sentados, a escuchar las palabras del padre, que ni se inmutó por la presencia de la multitud. Mientras las voluntarias redirigían sus miradas a los futbolistas para el usual pedido de limosna (algunos se quejaron de que si no son los barra bravas son los de la iglesia), Pepé se distanciaba y no puso una moneda.
Llegó, entonces, el momento del pedido íntimo. En la sala oratoria, detrás del altar, los 34 hombres del Rojo tuvieron su mano a mano con la Virgen de Luján, anfitriona de honor. Y ahí, algunos arrodillados, otros simplemente sentados, con los ojos cerrados o los dedos entrelazados, pidieron el plus divino, la ayuda de arriba. Y, sin tiempo para pensar en el rezo, emprendieron la retirada, nuevamente siguiendo al pastor Pepé, cuyos aires de monje le alcanzaron para oficiar de guía."Tenemos que mentalizarnos nosotros en cambiar lo que hicimos en el campeonato pasado, y ojalá Dios y la Virgen nos puedan ayudar, si quieren que no vea como jugamos pero que nos de una mano dado que Grondona no nos quiere", dijo el Gordo Núñez, llevando en una bolsita dos botellas que llenó con agua bendita de una fuente. "Todo por la resurrección".